Después de las elecciones de 1990, Mario Vargas Llosa representaba ante los ojos de los peruanos (y era así) a una derecha que coaligada no había sido capaz de derrotar a un desconocido Alberto Fujimori, un irritado escritor y perdedor decide exiliarse en el extranjero a despotricar de su cuna natal adjetivando al país que lo vio nacer de un modo tal que en ese momento tras la coyuntura (terrorismo, hiperinflación, quiebra estatal, diáspora, etc.) parecía más un enemigo que un compatriota.
En virtud de su intelectualidad-nada discutida-muy al margen de la postura ideológica, el ganador del Nobel no supo separar la política de su cotidianeidad y es así que se fusionó el animal político con la bestia que ya tenía dentro.
Veneno es lo que rumió durante años, cocinando su venganza y ahora llegado el momento indicado lo destila en cantidades industriales contra su oponente y sus seguidores no reservándose nada, incluso con quienes deslizan no coincidir con su postura (preguntémosle al Cardenal Juan Luis Cipriani) cuando está lejos del sentido común.
Hay ciertas facultades que un premio internacional no te pueden dar (hacer que una opinión se haga ley) esas prerrogativas solo están reservadas para Dios, sin embargo parece que nuestro Nobel además de haber obtenido dicho premio en reconocimiento a su intelectualidad, este le ha dado un plus de características omnipotentes y él lo cree así (lo que se gana por creerle a Nietzsche y Sartre) es una verdadera lástima que un hombre que parecía valioso para ejemplo de las futuras generaciones se vea desdibujado por el odio que emana sin ser capaz de mostrar una actitud conciliadora por el bien de su país sin anteponer sus intereses y “vendettas” personales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario